Debía estar acá hace 14 años, 4 meses y 23 días. En cambio estaba en un quirófano. La evolución de la fractura de tobillo no se era la esperada y el médico dijo que debían operarme lo más rápido posible. Le dije que no había problema, pero que me esperara a que en unos días volviera de París… no le convenció demasiado mi contrapropuesta, 🙃 me tenían que operar al día siguiente. Imposible no recordarlo todos los días cuando tenés una cicatriz en la piel que está ahí desde entonces, cuando tuviste que dejar forzadamente un deporte que te llenaba el alma sin siquiera poder despedirte.
Volví de viaje, terminé el secundario, me rompieron en corazón, empecé dos carreras. Me volví a enamorar. Terminé la primera carrera. Me volvieron a operar el pie. Empecé a trabajar. Terminé la segunda carrera, viajé, me volvieron a romper el corazón. Seguí viajando: con mi familia, con mi hermana, con amigos y sola también. Pero por alguna razón que aún no descifro mi destino nunca fue París. ¿Tendría miedo por haber acumulado tantos años de expectativas? ¿Era más cómodo mantenerlo como un imposible? ¿Quizás no quería conocerlo sola? No lo sé. Pero el año pasado cuando volví del viaje decidí que iba a repetir la experiencia: quería viajar y trabajar pero por más tiempo. No encontré razones para que Francia no fuera el destino, no encontré excusas para seguir posponiendo este pendiente. Y acá estoy, llorando, obvio, viendo el atardecer más bello que me regaló este viaje, a 300 metros del suelo, en el cielo, en la Torre Eiffel.

Subí por escalera los primeros dos niveles, pues aunque a veces el pie molesta, la vida siguió. Caminé, bailé, corrí, me tropecé y me caí. Volví a caminar. Tuve mil días de felicidad, otros cuantos de tristezas, como todos. Todavía no entiendo por qué tuve que esperar tanto, ni siquiera sé si importan las razones, pero qué feliz soy por finalmente estar haciéndolo, por finalmente estar acá.