¿Quién fue a estudiar inglés a Londres y se fracturó el tobillo? 🙋♀️ ¿Quién fue al chequeo médico a la semana y le dijeron que tenían que operarla? 🙋♀️ ¿A quién se le infectó la cicatriz de la cirugía? Si, a mí también. Algunas personas dicen que exagero. Otras me dan la razón. Pero tengo una capacidad especial para hacer anécdotas que rozan lo increíble y no por asombroso sino por inverosímil.
Que estudiáramos inglés era casi tan importante como ir a la escuela para mis viejos. Desde el primario dos veces por semana, después de la escuela íbamos a “inglés aparte”. E ir a Londres un mes “solos” era algo así como recibirnos. Nunca fue planteado así pero para mí mente era como una meta. Irse de viaje sin padres, aún estando en el secundario, aunque tuviéramos que ir a la escuela de lunes a viernes, me parecía un planazo. Luché (?) años por que me dejaran ir a bailar y de repente tenía el mundo a mis pies. Me estaba yendo a Inglaterra con una amiga de la infancia a vivir a una casa de familia. Nada podía salir mal, o tal vez si.
Fuimos a Oxford, Bath, St Paul Cathedral, Picadelly Circus. A la mañana íbamos a St Giles, la escuela, y a la tarde íbamos a pasear. Ese martes 13 (sí, martes 13) la escuela había organizado ir a patinar sobre hielo. Era la mismísima pista en la que Robbie Williams filmó el videoclip She ‘s the one. No sabemos a quién le importa pero como título marketinero andaba bien, tanto que nos pareció que estaba bien ir.
Pagamos un pase de unos 5 pounds. Nos sacamos las zapatillas, pedimos los patines y nos lanzamos a la pista, cual si fuera Winter. En un confusisímo episodio, me quise dar vuelta, yo giré pero mi pie no. Directo al hielo con un “crack” en el camino. Como no fue una caída como resbalando en jabón, no hubo preámbulo. Todos los que estaban cerca quisieron levantarme pero yo sabía que había algo que no estaba bien. No quería pararme. Se hizo un circulo alrededor y todos me hablaban. Yo escuchaba voces como en un segundo plano. Recuerdo decir insistentemente que no me tocaran.
En unos pocos minutos, personal de la pista me sentó en una silla de ruedas para hielo (?) y me llevaron a una salita. Me sacaron el patín del pie izquierdo. No lo movieron demasiado, estaba hinchado pero asumieron que como no estaba llorando no podía ser una fractura. Me pareció que estaba algo flojo de papeles su diagnóstico pero no había mucho más para hacer ahí. Pedimos un taxi con la profesora y desde “mi casa” llamaría al médico.
Cuando fui saltando hasta el taxi hice el intento de apoyar. Cuánta ingenuidad y optimismo había en mi. Vi las estrellas. Tengo un umbral de dolor evidentemente muy alto pero estaba claro que estaba todo mal.
Mientras íbamos para la casa repasaba en mi mente lo que mi viejo me había dicho de la asistencia médica. Tenía que llamar a un teléfono con cobro revertido y ellos me dirían los pasos a seguir. “Hola si, me caí patinando sobre hielo y no puedo caminar. Quería saber a dónde tengo que ir para que me vea un médico.” Me pidieron algunos datos míos y del lugar donde estaba. Me dijeron que me iban a llamar para contarme cómo seguir.
El tiempo pasaba y mi pie no paraba de hincharse. El dolor empezaba a ser intolerable. Estaba con hielo y me tomé un Ibupirac pero creería que fue lo mismo que nada. Cada salto que hacía para trasladarme me dolía más de lo que puedo describir. Era como si retumbara cada impacto en todos los huesos. Desde la cabeza al último dedo del pie. Llamé unas tres veces más al seguro y la respuesta era que tenía que ser paciente. Incluso en algún caso hasta se enojaron. “Si, ya nos llamaste, ya tenemos registrado tu caso”. Claro genios, pero ya me está doliendo respirar. Habían pasado más de 5 horas.
Dejé de hacerme la adulta valiente todo lo puedo y decidí llamar a mi papá. Desde ya que iba a minimizar la situación pero necesitaba que alguien me ayudara a que mis amigos del seguro me dijeran qué hacer. “Hola pa. Si, todo bien. Me caí patinado sobre hielo y me doble un poco el pie (risas). Los del seguro no me dan bola.“ No sabía bien el cómo pero sabía que a él lo iban a escuchar más que a mí.
Mis cálculos no fallaron. 10 minutos después de hablar con mi viejo, me llamaron hablándome en inglés.
– ¿Cuándo podés recibir un médico a domicilio?
– ¿Cómo cuándo? Necesito que me atiendan ahora. No puedo caminar.
– Ah, ¿entonces es una emergencia?
– Si fuera una emergencia con riesgo de vida ya me hubiera muerto. Sí, es una emergencia. Necesito que me atiendan.
– Andá al hospital más cercano.
– ¿Cuál es el hospital más cercano? ¿Tengo que llevar alguna documentación del seguro?
– No, entrás como emergencia.
– ¿Y por qué no me dijeron eso hace 5 horas?
Les mando un re beso a los de MasterAssist de quienes guardo los mejores recuerdos.
El padre de la familia que nos estaba alojando, Steve, se copó y a pesar de ser las 10pm nos llevó a mi amiga y a mi al Whittington Hospital, el hospital público más cercano. Iba sentada atrás con la pierna estirada. Cada frenada, doblada o piedrita que se cruzará en el camino me recordaba que todo este chiste era real, que esto estaba pasando y qué poco valoramos cuando nos sentimos bien. Era literal, me dolía respirar.
Steve nos dijo que tuviéramos paciencia porque a esa hora las guardias se llenaban de borrachos y solía haber mucha espera. Yo ya estaba entregada pero me daba vergüenza por él que no quería volverse sin nosotras.
En tanto se acercó el auto a la puerta de la guardia, me dieron una silla de ruedas y me llevaron directo al lugar donde me tenía que registrar. Di todos mis datos y así como vieron el pie me mandaron a hacer placas. Todo estaba sucediendo muy rápido. Después de las placas, mientras mi amiga me llevaba por el pasillo con la silla de ruedas, nos interrumpió alguien que como pudo pronunció mi apellido. “¿Bourguet? Te están esperando en el consultorio”. ¿No era que había mucha espera? No habíamos esperado ni un minuto y no era porque no hubiera personas. ¿Por qué mi tobillo y yo estábamos siendo prioridad? No quería ni pensarlo.
Llegamos al consultorio y las placas estaban en el monitor de la doc. Ella dijo con mucha claridad: “You’ve broken your ankle”. En algún lado yo ya lo sabía, pero escucharlo en voz alta hacía que duela más.
Estaba confirmado, me había fracturado el tobillo. ¿Y ahora qué? En realidad la solución no era tan difícil de deducir pero como no me gustaba la respuesta que imaginaba, prefería pecar de ingenua. “So what?” Básicamente tenían que acomodar el hueso que se había roto. Por un segundo creí que me dormirían toda y no me enteraría de nada. Creo que en ese momento vendía mi alma porque así fuera porque mientras todo esto pasaba en mi cabeza, mi pie estaba a punto de explotar. Si dolía así, estando quietito, no podía imaginar qué iba a pasar cuando alguien siquiera lo tocara. La médica me explicó que me sedarían para que no me doliera mientras hacían las maniobras. Pánico. Había una parte de mí que quería creerle. La realidad era que en cualquier caso no tenia alternativa.
Me llevaron en silla de ruedas a una sala bien a lo ER emergencias. Faltaba Doctor Carter y estábamos todos. (?) En serio. Muchas camas separadas por cortinas, algunas abiertas, otras no. Muchos equipos, camillas. De repente estaba en una película y no me habían avisado. Me pasaron a una cama y me dieron unos calmantes. Osaron a cortarme el jean. ¿Estamos todos locos? No señor, a mi nadie me rompe un jean. Tenia como dos meses más de viaje por delante, ese pantalón era nuevo, y ya bastante tenía con mi tobillo roto como para sumar más problemas. Todo tiene un límite y ese era el mío. 😆 Creo que los conmoví o algo así porque me prestaron un pantalón naranja tipo ambo de médico o enfermero. Prestaron es una forma de decir, aún lo tengo.
Ya estando vestidita y lista para lo peor vino una enfermera negra, grandota y me empezó a enchufar cosas: un cosito en el dedo chiquito para tomarme el pulso y una máscara que estaba enganchada a otro coso que yo tenía que tener con la mano. Para que se den una idea, aunque no era igual, era como una pipeta de un nebulizador (¿se llama pipeta?). La cuestión es que yo tenía el coso este con la mano y ese coso tenía una máscara. Con una ingenuidad inconmensurable dije “qué mal que no tienen una máscara que se enganche”. No era cómodo que yo tuviera que sostenerlo. Atentos, porque era una trampa. Por ese tubo que yo sostenía pasaban un especie de gas que me sedaba. Lo único que hacía era dejarme tonta para no tener posibilidad de patearle la cara a los que iban a participar de lo que un rato después sería una dolorosa tortura. Bastaron unos minutos para empezar a hablarle a mi amiga en inglés y a la enfermera en español. Las cosas que decía no tenían sentido. Aun así el pie me dolía más que cuando entré al hospital. En un momento nos dimos cuenta que el tubo proveedor (?) se había terminado. Tengo un recuerdo bastante borroso y habría que preguntarle a Estefi si es cierto que le decía: “Deciles que me den más. Quiero más”. Hermosa frase para sacar de contexto. Recuerdo que nos reíamos porque yo estaba en una dimensión paralela. Todo fue felicidad hasta que llegaron los médicos y enfermeros. Para mí fueron un millón pero debían ser tres o cuatro. No sé detalles, solo sé que me agarraron el pie y empezaron a moverlo. Cierro los ojos y me vuelve a doler. Uno me agarraba la otra pierna para que no pudiera moverme, una mano la tenía con el cosito del pulso y la mano de Estefi y la otra la tenía agarrando la máscara. Apreté la máscara con más fuerza de la que yo sabía que tenía. Por el dolor dejaba de respirar. La enfermera me repetía insistente “Breath”. Eso que hacemos todos los días todo el día de manera involuntaria, yo lo dejaba de hacer como un reflejo, inútilmente, para que doliera menos. Me estaban moviendo el pie 7 horas después de haberme fracturado. Nunca había experimentado tanto dolor en mi vida. Pero como dicen, lo que no te mata te hace más fuerte. Sobreviví, claro. Los años venideros me enseñarían que los dolores (los físicos y los otros también) son inevitables y nos hacen crecer. Y que todo pasa, lo bueno y lo malo también. Me quedo con que este fue el principio de un viaje lleno de anécdotas. Que en las placas un ratito después decía “Whiskey” como si fuera una foto (estaba re puesta), que anduve en wheelchair en el Madam Tussauds y el British Musem, en Edimburgo y la Tower of London, que fui a ver El Rey León, Los Miserables y el Fantasma de la Ópera a platea, por cuestiones de seguridad, a precios irrisorios por ser “disable”. También que desarrollé un spanglish médico sin igual y que diez días después me operaron en el hospital más top del mundo mundial. Pero esa ya es otra historia que se las contaré en otra oportunidad. ❤️