Mi plan en estos viajes es no tener plan. Tengo idea de los lugares que quiero ir, en qué orden los haría para optimizar tiempo en los traslados y después vamos viendo. Así es que el primer recalculando llegó cuando el pasaje desde Baires iría a Amsterdam y no a Barcelona. Por distintas razones igual quería arranca por Francia así que llegaría a la capital holandesa y seguiría viaje. Pero… madre me dijo que si pasaba en época de tulipanes por Amsterdam y no iba al Keukenhof me retiraba la palabra. En realidad no me acuerdo cuál fue la amenaza pero fue efectiva. 🤣
Aterricé y fui directo al parque para después seguir para Francia. Más después, cómo decía Sol, me voy a quedar en Amsterdam. Pero el Keukenhof abre solo 8 semana y este año cerraba el 13 de mayo. Yo estaba llegando el 10, por lo tanto no había tiempo que perder.
Debo confesar que no tenía idea de lo espectacular que sería. Hace unas semanas me empecé a emocionar al ver fotos de esta temporada en Instagram. Increíble es poco. 32 hectáreas de parque, con SIETE MILLONES DE TULIPANES. Si, siete millones. De todos tipos y colores. Y en esas 8 semanas, que llenan de color el parque, pasan 800.000 visitantes.
El lugar está perfectamente diseñado, hasta en el más mínimo detalle, con distintos atractivos, ordenados por colores, engamados, más altos, más bajos. Es impresionante. Pero lo más impresionante fue darme cuenta que estaba adentro de un paisaje de un cuadro del abuelo Pocho, tal como si fuera una película de Woody Allen. Les juro. Fue una sensación muy rara. Estaba en un lugar muy familiar pero desconocido a la vez. Con una paleta y unas texturas que aunque propias de la naturaleza, parecen irreales.


Mi mamá me lo había dicho. El abuelo Pocho pintó una foto del Keukenhof, de una foto que sacó un amigo al que le regaló el cuadro. Me emocionó un poco sentirme en su cuadro, y otro poco lo extrañé, por saber cuántas fotos de este viaje sacaría especialmente para que él las pinte.
En fin, si Mirtu les recomienda algo, háganle caso.