Un viaje no lo hace solo el lugar. Lo hace la experiencia que tenemos en ese lugar, si la pasamos bien o no. También las personas que conocemos o con las que compartimos. Esos días son tan intensos que aunque sea poco el tiempo, suelen ser relaciones que duran y aunque así no sea, las guardamos en los recuerdos con un cariño particular. Un besito para el chileno si llegara a leer esto.

Meli vivió algunos meses en Lyon y con toda la genialidad y generosidad que la caracteriza me prestó a sus amigos por esos días. Ellos me recibieron como si me conocieran de toda la vida. Fue lindo y hasta reconfortante escuchar castellano en voz de argentinos y uruguayos. Y por qué no de Jose, el andaluz, que descubrió en la escalera, cuando yo recién había llegado, que no hablaba francés. Desinteresadamente sin saber quién era, se ofreció a subirme la valija los pisos que me faltaban. Tomamos unos mates y me llevaron a dar una vuelta. La magia de Europa hace que en unos minutos, en “una vuelta”, termines en un anfiteatro romano. Desde ahí cerca vimos a una Lyon gris, desde arriba, arrancando así a conocer el segundo destino de este viaje que recién estaba empezando.

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