De chica solía pelearme con mis amigas. A ellas no les gustaba la sinceridad y a mi no me gustaba mentir. No hacíamos un buen equipo. «¿Te gusta mi remera?». Duditativa e incómoda pero decía la verdad: «Mmmm no mucho, no me gusta el color». Con el tiempo me dejaban de lado. Me costaba entender el por qué. ¿Si me preguntaban algo no era porque querían saber mi opinión? Seguramente buscarían aprobación y yo no sabía dárselas. No estaba dispuesta a decir cosas que no pensaba. Quizás era demasiado cabeza dura para la edad. Quizás mi verdad podía sonar cruel, pero no me salía ser de otra forma.
Una profesora, de esas que te enseñan mucho más allá del aula, me compartió unas palabras, que en ese momento abracé fuerte. Hoy aún lo sigo haciendo:
«Reír es correr el riesgo de parecer tonto.
Llorar es correr el riesgo de parecer sentimental.
Abrirse a los demás es correr el riesgo de involucrarse.
Expresar los sentimientos es correr el riesgo de ser rechazado.
Hablar de nuestros sueños es correr el riesgo al ridículo.
Amar es correr el riesgo de no ser amado.
Enfrentar, cara a cara, fuerzas abrumadoras es correr el riego al fracaso.
Pero los riesgos se deben correr
porque el riesgo más grande en la vida es no arriesgar nada.
La persona que no arriesga nada
no tiene nada, no hace nada, es nada.
Puede evitarse sufrimientos y miedos
pero no puede aprender, sentir, cambiar, crecer o amar.
Solamente la persona que arriesga es libre.»
A pesar de todo, hoy sigo eligiendo ser libre. Hoy pienso en escribir acá sobre lo que siento, creo o pienso aún corriendo el riesgo al ridículo. Ojalá no los aburra. 💛